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miércoles , abril 24 2024
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PETER CUSHING REDIVIVO / Apuntes sobre el ser en movimiento

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *
Llama la atención que la decisión hollywoodense de “revivir” en pantalla al fallecido actor Peter Cushing empleando las nuevas tecnologías no haya generado una discusión más abierta y profunda. Apenas se han escuchado justificaciones asentadas en una actuación previa, para la misma saga de ciencia ficción, y objeciones que no van más allá de averiguar si el británico  avaló en alguna ocasión un hipotético procedimiento de esta naturaleza.
Ninguno de los dos planteos tiene demasiada importancia. La empresa Industrial Light and Magic, los productores y los realizadores de esta obra nos han adentrado en una polémica realmente trascendente sobre arte y artistas que –en el génesis de estas posibilidades técnicas- merece desplegarse a pleno. Pues un precedente de este calibre, a través de una película de difusión internacional, necesita reflexión para adoptar determinaciones futuras.
 
El problema es el siguiente: el actor, en tanto creador, genera un personaje basado en el guión, en la dirección… y en su propio bagaje vital. Es inocultable que en la interpretación, los tiempos y las experiencias particulares inciden de modo relevante. Se visualiza claramente en las presentaciones de los intérpretes longevos: aunque protagonicen la misma obra, dos décadas después, digamos, la interioridad del personaje es diferente, porque ya el actor es diferente.
 
No nos referimos en absoluto a las arrugas o las canas, factores contemplados por el maquillaje, la luz y los enfoques. Hablamos de la vivencia interna del creador, que lo lleva a acentuar un tramo y a atenuar otro, a mirar de un modo, a sentir en base a las experiencias vitales aquilatadas a lo largo de todo un período. Experiencias que van desde lo artístico hasta lo personal, que a veces se ven enriquecidas por situaciones y procesos cotidianos de los cuales nadie sabe.
 
Peter Cushing murió en 1994. Es ostensible que debido a las nuevas tecnologías saldrá “muy bien” en pantalla. No aparecerá un espantapájaros fingiendo ser Cushing ni se reducirá su sobriedad característica. Es más: probablemente se lo verá en pocas ocasiones. El problema es que este “Cushing” emergerá en el 2017 sin la construcción interior, sin las alegrías y los dolores, sin las vivencias de todos estos años. Debido a que el debate llega mucho más lejos que esta película, la objeción no es antojadiza.
 
Como la tecnología “da”, tomando el mismo ejemplo es absolutamente probable que debido a la necesidad económica de las grandes empresas del espectáculo, “revivan” cantantes, músicos, pintores y hasta escritores. En todos los casos, se puede alegar el “respeto” a las ideas, los estilos y los preceptos de los zombies bien caracterizados. Pero no es posible inferir, ni siquiera a través de especialistas, biógrafos o afectos cercanos, qué haría en realidad una persona tiempo después.
 
Porque se partiría de una versión cristalizada del artista. Y si hay algo que nunca se condensa en estado absoluto, es el ser humano en general y el creador en particular. A decir verdad no hace falta que pasen varias décadas: somos continuamente los mismos y distintos, día a día. En un puñado de horas podemos atravesar experiencias que dejan hondas modificaciones en nuestra psicología y por tanto derivan en encares distintos, perfiles trastrocados, cambios perceptibles.
 
Si hay algo que se siente en el arte –en cualquiera de sus variantes- es la interioridad del creador. Para bien, para mal. Eso se elabora con todo: los estudios específicos, las discusiones familiares, las experiencias con el público, las pasiones íntimas, los decursos de la sociedad en que están insertos, todo eso que se suele simplificar llamándolo experiencia. ¿Dónde poner esta palabra? ¿Cómo realzar esa pincelada? ¿Cómo lograr el brillo de una nota?
 
Tanto Jorge Luis Borges como Rodolfo Walsh fueron desplegando sus historias hasta llegar a la narración despojada, carente de circunloquios y vestiduras. Los últimos trabajos de ambos en el orden literario son conceptualmente complejos y estilísticamente sencillos. ¿Cómo hubieran escrito de seguir vivos? Es imposible saberlo. Y no configura un dato menor corroborar que uno murió cómodamente instalado y reconocido, en tanto el otro fue asesinado tras el ocultamiento y la persecución.
 
Pero ni siquiera esos aspectos terminantes, tajantes, nos habilitan para inferir futuros probables. Aunque parezca aventurado, conociendo algunas mentalidades, ha de haber quienes –por estas horas y tras la “experiencia Cushing”- estén intentando “revivir” a los Beatles, a Frank Sinatra o a Carlos Gardel, para adecuar sus “anticuados” repertorios. En todos los casos, se trataría de vivencias sin alma, sin espíritu. O si se prefiere, para no ingresar en análisis teológicos, sin la psicología derivada de la vida misma.
 
En modo alguno estamos hablando de covers o tributos. Ni siquiera de imitaciones. Todo eso es legítimo, guste o no: alguien, que admira notoriamente a una figura de una disciplina determinada, busca copiar su estilo. Esa copia, quiéralo o no el artista, ya implica una recreación en la cual el nuevo intérprete pone lo suyo. Estamos haciendo hincapié en la utilización a través de la tecnología, de la misma imagen, voz, técnica, del original para “hacerlo hacer” algo nuevo, años después de su deceso.
 
Allí se palpa el vacío. Se fuerza a un grande del arte a actuar sin alma, sin la maraña mental construida cada minuto a través de su propio ser en movimiento. En algún momento, Woody Allen se opuso a la coloración de las películas en blanco y negro. Argumentó con razón que por muchos datos que se recaben sobre los materiales utilizados en el original, nadie puede saber qué hubiera hecho aquél director, en ese momento, con los elementos disponibles.
 
Esto es más grave. Porque pone en cuestión el sentido profundo de la creación misma. Si el arte no surge de una interioridad cambiante, es porque resulta elaborado por una máquina que aparenta evaluar todos los factores para desarrollarlo. Esa máquina no ama a la mujer del artista, no discute con ella; no pelea con sus amigos ni modifica sus impresiones políticas previas. No tiene respiración interior ni ha leído un poema que la sacuda profundamente. No se ha enfermado ni ha gritado un gol. Todos los datos con los cuales se la pueda «cargar» para lograr una aproximación, son externos; pertenecen a otras experiencias.
 
Cushing murió en 1994. El que aparecerá en pantalla será un fraude extraordinario. Y creemos que habrá más. Porque puede resultar rentable.
 
·         Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica.

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